Los microcentros son una marca instintiva dentro del espacio urbano de Ciudades como Guatemala. Convengamos que el espacio urbano es aquella construcción humana donde nos movemos en forma permanente cuando transitamos por o vivimos en la ciudad. La ciudad es el constructo humano más representativo de la vida social, de la vida gregaria de la especie humana. Surgida por primera vez hace más de 11.000 mil años cuando el ser humano descubrió la agricultura y comenzó a generar excedentes para su alimentación, en la ciudad se produce el primer paisaje humano, propiamente tal, que tiende a perdurar dando señas de conservarse por su funcionalidad. Luego, a través de los siglos, el paisaje urbano va a desbordarse, expandiéndose hacia los bordes o márgenes de la ciudad llegando incluso a ser casi totalmente el propio planeta parte de ese paisaje alterado. En particular, es durante la Revolución Industrial que el ser humano descompone con mayor profundidad el paisaje. Bosques, mares y montañas dejan de ser el espacio virgen para transformarse en estados alterados reflejo de la intrusión de la conducta humana. Hoy por hoy, hasta el bosque más alejado del planeta ha sido fragmentado por la mano del Hombre, ya sea porque a propósito no ha sido alterada al ser intervenida, o porque madereras, petroleras, lluvia ácida o calentamiento global han comenzado a trastornar sus ciclos milenarios.
Paisaje y acción humana parecieran ser sinónimos. Así, el concepto de paisaje se moverá también en forma flexible desde lo natural a lo cien por ciento humano, tal cual es la ciudad. Porque la ciudad es la gran interacción de flujos y expectativas humanas. Es ahí donde se encuentran ambos y establecen su imperio. La gran ciencia de la expectativas, la Economía, puede dar cuenta tanto con modelos matemáticos, como con teorías de juegos o alcances, a qué nos estamos refiriendo por interacciones. Diremos simplemente que al igual que la Economía, la ciudad nunca duerme. Nueva York, por ejemplo, como icono del gran centro metropolitano de mega interacciones, es dónde mayormente se ve reflejada en el mundo moderno la instalación de lo humano y sus expectativas culturales. Es en el espacio imaginario que como ciudad irradia, donde mejor se produce la intersección y se generan otras y nuevas, infinitas, interacciones, en una dinámica imparable que da vida, que otorga salud, cual un dios que está creando todo (y destruyéndolo) permanentemente en la mente de la cultura global. De ahí que las películas más taquilleras de nuestro tiempo estén saturadas de alusiones a la destrucción de esta ciudad, a la desaparición de sus edificios, a los grandes eventos que se dejan caer desde el espacio (Impacto Profundo), desde el centro de la tierra (2012), desde un destino inexorable (Cuenta Regresiva), o incluso desde la propia industria cultural (Gotzilla), en dónde la ciudad en permanente evolución y dinámica parece imaginariamente en permanente destrucción y cataclismo. Las Torres Gemelas son el punto de inflexión a esta “locura imaginativa”. En su destrucción tiene lugar la sobre-posición de la “realidad por-fin-aquí” que en la imaginación de la industria cultural (Hollywood) venía citándose como ideal del núcleo mismo de la ciudad contemporánea. Con las Torres Gemelas queda claro (¡por fin!) que el mundo real llega para quedarse y es catastrófico, al menos momentáneamente, hasta que otra imaginación urbana sea más poderosa como para vencerla. Nadie más post moderno que Osama Bin Laden. En Cloverfield. un monstruo probablemente primo hermano de Gotzilla, inicia la destrucción de Nueva York desde la mirada en primera persona del espectador-participante que permite el video. Una genialidad, si se considera que video, cine y urbanidad se unen aquí para construir las mitologías visuales que los video-juegos de la próxima generación ayudarán a crear: La ciudad interpretada por si misma, auto imaginada en su hecatombe y actuada en un acto de hiperrealidad.
Pero existen también miles de otras realidades en profunda construcción, más allá del centro, del epicentro urbano, de la plaza central, del zócalo, y que se producen con igual o mayor dinamismo, aunque sin la expresión visual y culturalmente saturada que posee la expresión del centro (las noches iluminadas de Manhattan, las luces de París o la amontonada Tokio). Son más bien expresiones principalmente económico-dinámicas, pero ocultas, traslapadas al ojo de los medios y de la economía central, a pesar de encontrarse en movimiento permanente y ser altamente interactivas y especializadas. Se trata de lo que he denominado los Microcentros Comerciales Compuestos (MCC).
Microcentros, por tratarse de espacios reducidos de intercambio económico donde confluye la barriada constituida en torno, si se comparan con los grandes centros comerciales, los malls o los mega o hipermercados. Comerciales, porque su dinámica es esencialmente de intercambios comerciales, oferta y demanda. Y Compuestos, debido a la multiplicidad de actores contribuyentes al flujo económico que corre como un río por sus pequeñas calles y puestos…
Los MCC son expresiones periféricas del gran enunciado económico de los centros, pero a escala, a imitación o reflejo. Así, si en los grandes centros comerciales encontramos concentración de empresas formales, regulación y uniformidad (por la tendencia a totalizar y controlar por video-cámaras lo que se produce ahí), en los MCC se produce concentración de informalidad y desregulación permanente. Es más, el sistema MCC exige esta desregulación para poder sobrevivir. Si un oficial de la oficina local de Impuestos osara viajar a las profundidades de un Microcentro Comercial Compuesto, no lograría estropear la precariedad económica que se ha constituido ahí, tal vez sólo por unos cuantos instantes, pues la empresa informal volvería a articularse, moviéndose con la rapidez de un rayo a instalarse en otro lugar del puesto en la feria o el mercado, reciclando los productos que vende o su propia función. Si existiera la intensión por parte de un alcalde de regular los mercados de comida al paso y cocinerías con reglamentos de salubridad pública del tipo Institucionalidad del Ministerio de Salud, del mismo modo en el MCC no tendría ningún efecto más que caerle a algún pobre locatario que se vería perseguido y probablemente empobrecido, mientras se mueve a otro MCC a rearticular su pequeño e informal negocio.
Lo particular es que en el Microcentro Comercial Compuesto se producen las mayores expresiones económicas de la marginalidad. Creer o pensar que los mal llamados “pobres” están marginados del flujo económico es una falacia. Esto no quita que estén desamparados , pero en función o relación a los centros desarrollados o modernos, a escalas de compromiso tecnológico mayor, a cambios y tendencias, a políticas de justicia de envergadura, pero no a sus propias reglas y organizaciones constituidas para sobrevivir y generar excedentes. Porque en los MCC se generan excedentes en forma permanente. El problema es que muchos de esos excedentes se monopolizan en entidades con poder que surgen dentro del mismo MCC, en particulares, intermediarios, en traficantes que ejercen poder y también su versión propia de la justicia. Algo que por supuesto al Estado Totalizador no le agrada y cataloga como caos o anarquía porque se escapa a sus regulaciones.
La capacidad de administrar y monopolizar excedentes es algo que tempranamente los narcotraficantes de las barrios pobres de Guatemala o los paramilitares ex policías de los barrios marginales de Sao Paulo, que venden sus servicios para la autodefensa de los grupos narcos con más poder. Sin embargo, no son más que expresiones urbanas micro-gestadas en los márgenes, a la luz o como reflejo a escala de las mismas orgánicas que se producen entre los grupos de poder fáctico que gobiernan desde los centros urbanos, controlan los diarios y la televisión y utilizan métodos mucho más tenebrosos para enriquecerse a costa de los consumidores o del erario público, sin ser exhibidos en la primera plana de la crónica roja como delincuentes.
Los MCC, están presentes por doquier a los largo de todas las ciudades del mundo. No se necesita vivir en el Tercer Mundo para encontrarlos. Ahí donde haya ciudades, habrá centros urbanos, y por lo tanto habrá marginalidad. ¡Buscad los MCC en los márgenes! –podría ser el llamado de algún Profeta de las Microfinanzas que llama a su grey a conocer y entender estos constructos culturales humanos para salvarlos. Lo cultural es un constructo, porque es elaborado con espacio y expectativas humanas que surgen de la expresión material y organizacional de la economía urbana marginal, en este caso los MCC. Es en ellos donde debe producirse la interacción que queremos lograr para introducir las acciones de intervención para el desarrollo, ya sean microcréditos microseguros, o como políticas públicas puestas en función de la maximización de los recursos, pues debido a que son Centros Compuestos, están formados (“compuestos”) por estratos de interacciones, por flujos de economías diversas; principalmente informales, pero también formales, que hacen y tranzan sus productos, que ofertan sus servicios, que extraen y recolectan.
La volatilidad económica de los grupos marginales urbanos no es tal; existe disposición al arraigo, y es en la ebullición permanente de estos MCC que se destruye el mito que los pobres no tienen recursos para salir de la pobreza. Pues es en los MCC donde ese potencial se expresa mejor que en ninguna parte.
Es tiempo de arremangarse los puños de la camisa, sacarse la corbata y viajar hasta allá, para conocer y describir las dinámicas. Sólo así conoceremos de qué se trata todo esto.
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