Blog relacionado con nuestros viajes e investigaciones de microseguros
jueves, 27 de mayo de 2010
Juguetes en la Favela
Probablemente AK-47 soviético por la forma gastada de la culata, aunque también los hay cortos, como los Kaláshnikov checos que se ven en las guerras de África y son más modernos que los soviéticos; los hay por supuesto IMI Galil israelíes con sus cargadores de plástico y aluminio como los del AK; y también, pero pocos M16, y varios STG 44, muy letales, colgados al hombro de rapers que se podrían ver fácilmente cantando y bailando en vídeos de MTV. Hay también varios guardias caminando por las principales vías centrales de la favela portando lanzagranas del tipo armables y cinturones con granadas y bombas lacrimógenas... Noté cierto nerviosismo en mi acompanhante, pero también observé mucha indiferencia, tal vez naturalidad, en los transeúntes que saturan las vías de arriba a abajo, por lo que me sentí tranquilo, aunque pasan en motos apuntandote mientras se desplazan y mi inexperiencia en zonas de guerra y armas me hace imaginar que una bala se les escapa y me mata. Pero mejor no pensar en eso. Un auto manejado por un borracho en Chile en plenas fiestas patrias puede ser incluso más letal. Aquí hay un orden distinto, los narcos dicen que protegen a la gente a su manera, que la protegen contra la policía misma, a quien casi todos en la favela identifican como los verdaderos "malos de la película".
lunes, 24 de mayo de 2010
"Que la atribución de marginalidad de las favelas no tiene sentido, pues además de crecer junto con la ciudad, representan un gran dinamismo económico, reunen una población que integra el sistema político..." "...representan un segmento muy importante del mercado habitacional popular, mercado que tiene sus propias reglas, diferentes al mercado regular y constituído al margen del poder público."
Hace unos anhos atrás, recorriendo Sudamérica por la carretera panamericana, serpiente que se extiende paralela al mayor monumento de nuestro continente (lo omnipresente cordillera de los andes) llegué a la ciudad de Lima, entrando por el populoso acceso norte de la capital de Perú. Como latinoamericano, acostumbrado a presenciar el gran contraste de pobreza y riqueza en nuestras ciudades, no dejó de sorprenderme aún así, el precario asentamiento humano que se extendía a ambos lados del camino. Cientos de moradas hechas de esteras, cartón y plástico se distribuían ordenadamente, mientras que sus habitantes pululaban ya sea acarreando agua o simplemente haciendo vida social. Esa imagen de pobreza extrema vivida por muchísimas personas me escandalizó y me pregunté de las condiciones de esa sociedad que permitía que parte de su población llegara hasta ese nivel.
Pues bien, el anho pasado volví a Lima, esta vez como parte del equipo de IMR, y lo que ví en esta oportunidad cambió mi opinión hasta entonces sostenida por las imagenes relatadas anteriormente. Sin saberlo, había sido testigo de la primera etapa de un proceso de organización popular que buscaba, a través de la toma de terrenos, soluciones habitacionales (sabiendo además que en el mediano plazo contarían con el apoyo de las autoridades políticas y gubernamentales). Ahora, en este nuevo viaje podía apreciar la evolución de un proceso que se había estado repitiendo durante décadas.
Una táctica que permitiría a miles de familias un título de propiedad, una casa y una vida digna; y al estado, dar solución a una problemática habitacional mal administrada y solo resuelta a través de políticas populistas que otorgaba dos cosas: viviendas y votos.
El proceso es más o menos así: familias que se organizan y realizan una toma, resistiendo al principio los embates e intentos de desalojo por parte de la policía (que tiene que hacer cumplir la ley) hasta que la presión de los medios que muestran el abuso hacia los pobres (mujeres golpeadas, ninhos afectados por lacrimógenas y alguna desgracias personal) obliga al municipio, gobernación y legisladores a entrar en escena, en la búsqueda de soluciones consensuadas. Esto significa expropiación-compra de los terrenos invadidos en favor de la comunidad, eso sí, bajo ciertas condiciones. Ahí comienza la evolución propiamente tal.
Se demarcan y asignan los terrenos (surge también la especulación, el tráfico de tierras, la venta obscena de los metros cuadrados, etc.). Una vez trazadas las propiedades, calles y veredas, comienza la construcción (precaria al inicio). El acuerdo con el gobierno es el siguiente: si quieren calles y aceras pavimentadas deben primero construir la red domiciliaria para que luego entren en escena las empresas de servicios de agua potable/alcantarillado y electricidad. El barrio esta listo, comienza la autoconstrucción: de la choza de estera se pasa a la mediagua de tablas y piso de tierra, luego vendrá el ladrillo y el hormigón. Uno, dos y hasta 6 pisos, dependiendo generalmente del número de hijos que tenga la familia o del uso que se le quiera dar. Si el barrio crece en torno a algún mercado, la mayoría de las casas habilitarán la planta baja como negocio, si no, surgirá el boliche de la esquina y la botillería a media calle.
Casas de madera, calles de tierra y camiones cisternas repartiendo agua potable daran paso a barrios residenciales urbanizados, con jardines, casas hermosamente acabadas, servicios de recolección de basura y barrido de calles. Al mismo tiempo, la economía de la zona se activa: los comerciantes (otrora informales) se agrupan en organizaciones, el transporte público extiende sus rutas, las cadenas de farmacias, multitiendas, bancos y empresas de servicios abren nuevas sucursales y finalmente la senhora Janet sale en las manhanas a hacer compras para el almuerzo y la comida del día.
Como es entonces en una favela? como evoluciona, como se desarrolla la vida social y comercial?
Hace unos anhos atrás, recorriendo Sudamérica por la carretera panamericana, serpiente que se extiende paralela al mayor monumento de nuestro continente (lo omnipresente cordillera de los andes) llegué a la ciudad de Lima, entrando por el populoso acceso norte de la capital de Perú. Como latinoamericano, acostumbrado a presenciar el gran contraste de pobreza y riqueza en nuestras ciudades, no dejó de sorprenderme aún así, el precario asentamiento humano que se extendía a ambos lados del camino. Cientos de moradas hechas de esteras, cartón y plástico se distribuían ordenadamente, mientras que sus habitantes pululaban ya sea acarreando agua o simplemente haciendo vida social. Esa imagen de pobreza extrema vivida por muchísimas personas me escandalizó y me pregunté de las condiciones de esa sociedad que permitía que parte de su población llegara hasta ese nivel.
Pues bien, el anho pasado volví a Lima, esta vez como parte del equipo de IMR, y lo que ví en esta oportunidad cambió mi opinión hasta entonces sostenida por las imagenes relatadas anteriormente. Sin saberlo, había sido testigo de la primera etapa de un proceso de organización popular que buscaba, a través de la toma de terrenos, soluciones habitacionales (sabiendo además que en el mediano plazo contarían con el apoyo de las autoridades políticas y gubernamentales). Ahora, en este nuevo viaje podía apreciar la evolución de un proceso que se había estado repitiendo durante décadas.
Una táctica que permitiría a miles de familias un título de propiedad, una casa y una vida digna; y al estado, dar solución a una problemática habitacional mal administrada y solo resuelta a través de políticas populistas que otorgaba dos cosas: viviendas y votos.
El proceso es más o menos así: familias que se organizan y realizan una toma, resistiendo al principio los embates e intentos de desalojo por parte de la policía (que tiene que hacer cumplir la ley) hasta que la presión de los medios que muestran el abuso hacia los pobres (mujeres golpeadas, ninhos afectados por lacrimógenas y alguna desgracias personal) obliga al municipio, gobernación y legisladores a entrar en escena, en la búsqueda de soluciones consensuadas. Esto significa expropiación-compra de los terrenos invadidos en favor de la comunidad, eso sí, bajo ciertas condiciones. Ahí comienza la evolución propiamente tal.
Se demarcan y asignan los terrenos (surge también la especulación, el tráfico de tierras, la venta obscena de los metros cuadrados, etc.). Una vez trazadas las propiedades, calles y veredas, comienza la construcción (precaria al inicio). El acuerdo con el gobierno es el siguiente: si quieren calles y aceras pavimentadas deben primero construir la red domiciliaria para que luego entren en escena las empresas de servicios de agua potable/alcantarillado y electricidad. El barrio esta listo, comienza la autoconstrucción: de la choza de estera se pasa a la mediagua de tablas y piso de tierra, luego vendrá el ladrillo y el hormigón. Uno, dos y hasta 6 pisos, dependiendo generalmente del número de hijos que tenga la familia o del uso que se le quiera dar. Si el barrio crece en torno a algún mercado, la mayoría de las casas habilitarán la planta baja como negocio, si no, surgirá el boliche de la esquina y la botillería a media calle.
Casas de madera, calles de tierra y camiones cisternas repartiendo agua potable daran paso a barrios residenciales urbanizados, con jardines, casas hermosamente acabadas, servicios de recolección de basura y barrido de calles. Al mismo tiempo, la economía de la zona se activa: los comerciantes (otrora informales) se agrupan en organizaciones, el transporte público extiende sus rutas, las cadenas de farmacias, multitiendas, bancos y empresas de servicios abren nuevas sucursales y finalmente la senhora Janet sale en las manhanas a hacer compras para el almuerzo y la comida del día.
Como es entonces en una favela? como evoluciona, como se desarrolla la vida social y comercial?
jueves, 20 de mayo de 2010
miércoles, 19 de mayo de 2010
Bienvenido
El primer día que puse pie en la Favela, al bajarme del omnibus, tuve la sensación de estar entrando en territorio minado. Y no era para pensar lo contrario: había salido del Hotel en Botafogo dejando atrás rostros asombrados después de anunciar donde iba. Estaba metiéndome en la cueva del Lobo, y la mayoría de los cariocas de clase media pensaban como yo (- Si ellos piensan eso, que me queda a mí?). Había quedado en encontrarme con mi primer contacto en la parte baja de la Favela, pero como iba con tiempo decidí bajarme antes (mucho antes) y caminar cerro abajo para ver como era "mi futuro nuevo barrio."
Para ayudar a la comprensión del paisaje, y de lo que veía, basta con colocar una calle altamente transitada en una de las serpenteantes calles de Valparaíso y bajarlo caminando: la congestión, el ruido, la actividad febril de las gentes, los motoristas, omnibuses, taxis, taximotos, etc. me hablaban de otra realidad. Era otra la visión a la que me había estado preparando. Si en Rio "Pica la Jaiba" (término coloquial para expresar asaltos) no es aquí donde eso ocurre. Si uno se muere en esta Favela no es precisamente por eso. Hay factores más inmediatos: enjambres de mototaxis que corren debocados cerro arriba y cerro abajo, haciendole el quite a los autos, vocineando y atravesandose por esta avenida de una pista y doble sentido (Acá, o se muere atropellado o producto del Smog). Caminar cerro abajo significó reconocer un mundo completamente nuevo al que había visto antes. Las muy bien mantenidas calles de Ipanema, Copacabana, Botafogo y Leblon daban paso a un vértigo de casas superpuestas una encima de otra, descolgandose cual más, cual menos, espiando con sus ventanas abiertas la muchedumbre de hombres y mujeres que se movían por la principal avenida o uno de los miles de pasajes y recovecos que recorren la Favela.
Llegué para enfrentarme a la pobreza dura de Brasil, a la marginalidad, a la que vive ilegalmente y que su ejemplo sirve para asustar a los ninhos cuando no quieren comer o estudiar.
- Si no comes la comida vendrá el Favelado y te llevará!!
- Si no estudias terminaras viviendo en una Favela!!
Pero lo que estaba viendo era otra cosa: trabajadores, comerciantes, estudiantes y duenas de casa.
Acá debo hacer un alto para remitirme a las palabras de una socióloga Brasilera que ha pasado los últimos 50 anhos estudiando a estos "seres marginados." Haciendo alusión a este pre-supuesto con que llego a la comunidad ella dice lo siguiente: "La existencia de un consenso sobre las pocas características de la Favela es tan evidente, que somos llevados a considerar tales características como verdaderos Dogmas: compartidas por la mayoría, no discutidas y de alguna manera, constituyendose en una base implícita." Y la verdad es que sus palabras calzan a la perfección. Es acaso creíble que el crecimiento de la Favela sea mayor que en la ciudad? con un dinamismo económico y comercial que la transforman en un polo comercial y turístico? con su población integrándose al sistema político, económico y social dominante (aunque esa participación sea parcial y con características propias)?
Pues, si antes (30, 40, 50, 60 anhos atrás) las Favelas eran barrios callampas, o tugurios, o villas miserias (o como suelan llamarse a estas zonas "marginales) ahora son barrios diferenciados con colegios, clínicas, supermercados, bancos, laboratorios médicos, restaurantes, pizzerías, ciber locales, corredoras de propiedades que participan en la construcción de edificios de 11 pisos, en la distribución de redes de internet y tv cable, con sistemas de telefonía, agua potable y alcantarillado.
Lo que antes fué llamado "el mundo rural en la ciudad" (por el tipo de migrante) ahora es un barrio más de la ciudad cercano a otros barrios populares y de clase media que presentan el mismo dinamismo y heterogeneidad.
En la tarde, cuando ya había tenido mi reunión y antes de regresar al hotel, entré a un bar a comprarme una botella de agua mineral. Al pagar y recibir el cambio se me salió un "gracias" en espanhol y entonces la senhora que me atendía (una matrona negra, de labios gruesos y ojos negros chispeantes) me miró, sonrió, y me dijo Bem Vindo.
Para ayudar a la comprensión del paisaje, y de lo que veía, basta con colocar una calle altamente transitada en una de las serpenteantes calles de Valparaíso y bajarlo caminando: la congestión, el ruido, la actividad febril de las gentes, los motoristas, omnibuses, taxis, taximotos, etc. me hablaban de otra realidad. Era otra la visión a la que me había estado preparando. Si en Rio "Pica la Jaiba" (término coloquial para expresar asaltos) no es aquí donde eso ocurre. Si uno se muere en esta Favela no es precisamente por eso. Hay factores más inmediatos: enjambres de mototaxis que corren debocados cerro arriba y cerro abajo, haciendole el quite a los autos, vocineando y atravesandose por esta avenida de una pista y doble sentido (Acá, o se muere atropellado o producto del Smog). Caminar cerro abajo significó reconocer un mundo completamente nuevo al que había visto antes. Las muy bien mantenidas calles de Ipanema, Copacabana, Botafogo y Leblon daban paso a un vértigo de casas superpuestas una encima de otra, descolgandose cual más, cual menos, espiando con sus ventanas abiertas la muchedumbre de hombres y mujeres que se movían por la principal avenida o uno de los miles de pasajes y recovecos que recorren la Favela.
Llegué para enfrentarme a la pobreza dura de Brasil, a la marginalidad, a la que vive ilegalmente y que su ejemplo sirve para asustar a los ninhos cuando no quieren comer o estudiar.
- Si no comes la comida vendrá el Favelado y te llevará!!
- Si no estudias terminaras viviendo en una Favela!!
Pero lo que estaba viendo era otra cosa: trabajadores, comerciantes, estudiantes y duenas de casa.
Acá debo hacer un alto para remitirme a las palabras de una socióloga Brasilera que ha pasado los últimos 50 anhos estudiando a estos "seres marginados." Haciendo alusión a este pre-supuesto con que llego a la comunidad ella dice lo siguiente: "La existencia de un consenso sobre las pocas características de la Favela es tan evidente, que somos llevados a considerar tales características como verdaderos Dogmas: compartidas por la mayoría, no discutidas y de alguna manera, constituyendose en una base implícita." Y la verdad es que sus palabras calzan a la perfección. Es acaso creíble que el crecimiento de la Favela sea mayor que en la ciudad? con un dinamismo económico y comercial que la transforman en un polo comercial y turístico? con su población integrándose al sistema político, económico y social dominante (aunque esa participación sea parcial y con características propias)?
Pues, si antes (30, 40, 50, 60 anhos atrás) las Favelas eran barrios callampas, o tugurios, o villas miserias (o como suelan llamarse a estas zonas "marginales) ahora son barrios diferenciados con colegios, clínicas, supermercados, bancos, laboratorios médicos, restaurantes, pizzerías, ciber locales, corredoras de propiedades que participan en la construcción de edificios de 11 pisos, en la distribución de redes de internet y tv cable, con sistemas de telefonía, agua potable y alcantarillado.
Lo que antes fué llamado "el mundo rural en la ciudad" (por el tipo de migrante) ahora es un barrio más de la ciudad cercano a otros barrios populares y de clase media que presentan el mismo dinamismo y heterogeneidad.
En la tarde, cuando ya había tenido mi reunión y antes de regresar al hotel, entré a un bar a comprarme una botella de agua mineral. Al pagar y recibir el cambio se me salió un "gracias" en espanhol y entonces la senhora que me atendía (una matrona negra, de labios gruesos y ojos negros chispeantes) me miró, sonrió, y me dijo Bem Vindo.
martes, 18 de mayo de 2010
Inserción en Rio
Ayer lunes (segunda feira) también se inició la inserción del equipo de investigación IMR en Rio de Janeiro. El equipo compuesto por Fernando, Thales y Carlos, estará en forma paralela trabajando en la pesquiza de investigación IMR en una de las favelas más populosas de la ciudad Carioca. Igualmente, estaremos publicando entradas en el blog del día a día de esta etapa a partir de manhana...
lunes, 17 de mayo de 2010
Dia 1 ~ Inserción en Favela de Sao Paulo
Las ruas del barrio estan llenas de gente. La fevala hierve de motos, autos, biciclertas, peatones que van como hormigas de aqui para allá. A primera vista es una locura, el ruido, la musica a todo volumen, el sonido del rap y la vertiginosa fuerza de los miles de rostros que se cruzan, pero que no son tanto locura sino la vida y el encuentro, el orden el verdadero que aquí reina y potente apropiación total del espacio que aquí ocurre... la calles de la favela están totalmente vivas... esta noche vamos a comenzar a vivir aquí. Arrendamos un pequenho departamento, una pieza con un banho y pusimos un camarote. Las chicas, Bianca e Isabel, que son las investigadoras asistentes de IMR sao Paulo, van a dormir en el camarote que compramos y yo en un colchón inflable que me compré abajo, en el nodo, ayer en la tarde. Hoy preparamos un almuerzo en casa de Creusa, de la que ya hablaremos más adelante, pero al ritmo del rap, porque es el rap el que la lleva aqui... La forma de rima, los sucesos, la gracia de las calles se expresan bien con esta música... Creusa vino sola a los trece anhos desde el norte de Brasil, del Estado de Paraíba a vivir aquí, vivió tres anhos en la calle y ahora es corredora de propiedades aquí., pórque en la favela hay mucha compra, venta y arriendos. Ella nos consiguió la casita de una habitación y una cocina que arrendamos por estos meses, y ellas nos está cocinando y cuidando. Creusa conoce a cientos de personas aquí y nos está abriendo las puertas del vecindario para conocer como la gente aquí organiza su economía y percibe el mundo. Ya veremos, e iremos contando el día a día aquí... Mientras tanto, seguimos escuchando rap...
miércoles, 10 de marzo de 2010
Terremoto en Chile sin Microseguros
Estoy escribiendo este Blog desde Dallas, Tx; hace exactamente una semana y dos días se produjo en Chile un terremoto seguido de tsunami que devastó casi la totalidad de la línea costera central de mi país. Salir de Chile fue toda una aventura. El aeropuerto estuvo cerrado casi cuatro días y hoy está lleno de tiendas de campaña y zonas cerradas por peligro de derrumbe. Mientras estuve en la fila de chequeo imaginé que algo parecido debe haber sido estar en el aeropuerto de Sarajevo a mediados de los noventa. Y no es para menos, la magnitud de terremoto fue tal alta que se ubicó en el 5º lugar entre los terremotos más poderosos que han sacudido la tierra desde que hay medición. 8,8º en la escala de Richter. Para que tengan una idea, el terremoto de Haití, que se cobró la vida de casi 250 mil personas hace dos meses fue de 7,7º. Mi familia y yo estuvimos en medio del horror en Chile. Despertamos a las 3.35 de la mañana con el típico ruido subterráneo en la forma que percibe la proximidad creciente de un ferrocarril o el despegue de un avión. Luego vino un sacudón que nos lanzó a todos al suelo. Y ahí el tiempo se detuvo. Un movimiento frío, brutal, que duró casi 2 minutos. 2 minutos eternos donde sientes que la vida está a punto de serte cobrada y nada hay que lo impida ni te salve. Muchos ruegan a Dios y le lanzan gritos de piedad. Miras a tus hijos que se tambalean y caen, sientes gritos de pavor y desconcierto, sonidos de platos quebrándose, cuadros que caen de sus murallas, ventanas que estallan, perros que ladran, paredes que crujen, latas que parecen caer muy cerca de tuyo y donde ya nada es posible porque ni siquiera correr donde tus hijos a socorrerlos puedes te es posible…
Chile posee una larga historia de terremotos. En 1960, Valdivia, una hermosa y colorida ciudad del sur del país fue asolada por el que ha sido hasta ahora el más poderoso terremoto de la historia, con 9,6º grados en la escala de Richter y más de 10 mil muertos. En aquel entonces, y al igual que ahora, un maremoto se cebó las costas de un mar Pacífico que sólo tiene ese nombre a esta altura del planeta. Mi padre, que ha vivido 4 terremotos en sus 85 años de vida, incluyendo el de Valdivia, sufrió este último seísmo a no más de 100 kilómetros del epicentro, en la zona de Chillán, y me contaba a través de una escuálida señal de celular que se cortaba cada 3 minutos que éste había sido el peor de todos los terremotos que él ha sufrido, al punto que en medio del estruendo y sin poder salir de su casa a plena noche levantó las manos al cielo y gritando le imploró a un Dios castigador que parara este horror. Que por favor parara este horror. Y ese Dios Altísimo, que nos tiene a todos en su Voluntad y a Su merced, así lo hizo para mi padre y su familia, nosotros, privilegiados, que tenemos la suerte de vivir en casas antisísmicas o incluso más, tuvimos la suerte de no estar en las zonas costeras cuando vinieron las dos olas gigantes que se llevaron la maravillosa vida de cientos de hombres, mujeres y niños que disfrutaban de los últimos días del verano meridional.
Y a eso que llaman suerte, algunos también le llaman “bendición” y otros “fruto del trabajo individual” y “previsión”. Yo le llamo todas esas cosas y le agrego y complemento con “esfuerzo colectivo” en las acciones que hacen que cada uno de nosotros esté al menos protegido con un seguro si sobrevive o nos sobreviven. Pues a pesar que hay más de 500 muertos y unos 200 desaparecidos, son más de 2 millones los afectados por esta crisis. Por su lado, el gobierno calcula que más de 16 mil familias que vivían en viviendas sociales perdieron el 100% de sus casas. Eso sin incluir a todos los cientos de miles que no vivían en viviendas sociales y que también lo perdieron todo y quedan fuera de los planes estatales de protección. ¿Qué ocurre con esa gente? Una parte importante se verá condenada al empobrecimiento. Representantes de la Industria de Seguros estiman en más de 4000 millones de dólares las indemnizaciones que tendrán que pagar, y para dar una muestra de solidaridad, han flexibilizado las denuncias de daño a fin de que los plazos se alarguen durante el periodo de crisis.
Pero seamos claros, ¿Cuántos de esos 4 mil millones de dólares corresponden realmente a indemnizaciones para las poblaciones menos pudientes y que lo perdieron todo en Iloca, Constitución, Cobquecura, Talca, San Carlos (donde viven mis padres) o mismo en Isla de Maipú donde vivo y que al igual que todas las ciudades, villorrios, pequeños poblados y caletas del sur cuenta con más de 80% de sus poblaciones en riesgo de retornar a la pobreza? Probablemente menos de 2% del total de los pagos de siniestros. El terremoto de Chile ha dejado al descubierto un drama mayor. Que ese mentado desarrollo que tanto se admira en el exterior es sólo un fenómeno urbano, y que beneficia sólo a una pequeña parte de la población. No sólo en tanto cuanto a los beneficios de la distribución de la riqueza, sino al acceso a herramientas de calidad en la protección frente al riesgo, como son los micro-seguros. Sin embargo, los microseguros no están desarrollados en este país. Al final será el Estado quien tendrá que pagar por la reconstrucción dejando en manos de políticos y mandos medios, muchas veces ineficientes, la reconstrucción de una precariedad de la que ellos mismos son mayormente responsables al no prever herramientas que transfieran el riesgo.
Ayer, el diario La Nación de Argentina, en una completa nota sobre el terremoto, refería dos realidades que conviven en Chile: un país aspirante a desarrollado, que es invitado a la OCDE (Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico), alumno aventajado de los principales fondos y organismos multilaterales y paradigma económico, y otro, muy distinto y oculto, el de un país que vive el día a día, subdesarrollo y en la precariedad de verse expuesto a desastres y calamidades escondidas tras una fachada de exitismo y pretensión. Otro medio, The New York Times en su edición de hoy señala que los verdaderos daños del horror de la semana pasada se encuentran “dentro”, aludiendo tanto a la destrucción de las casas tras las fachadas, como a ese Chile profundo que suele no verse ni mencionarse en foros internacionales y que hoy para su desgracia salió a la luz de la peor forma. Un Chile traslapado que no es distinto al resto de Latinoamérica, zonas y poblaciones completas que van quedando rezagadas porque tanto el desarrollo en sus países, como el acceso a bienes de calidad es “central”, con grandes urbes de centros hiperdesarrollados y mega estructuras de cristal que actúan al mismo tiempo como murallas para ocultar la pobreza que se dispara hacia los márgenes, escalando laderas, cerros y bordes cada vez más alejados. Así ocurre en Lima con zonas como Puente Camote, entre Independencia y San Martín de Porres, y así pasa en Santiago de Chile, tal vez sin la espectacularidad desordenada de Lima, pero con índices de violencia, precariedad y hacinamiento superiores, como sucede en las barriadas de Puente Alto y La Pintana.
Lo que ha dejado al descubierto el Mega Terremoto de la pasada semana es que Chile, con más del 4,0% de su PIB correspondiente a Seguros de Vida, tampoco cuenta con una base estructurada de planes de microseguros para la población. Y eso es algo grave, sobre todo porque la misma presidenta Bachellet reconoció que la reconstrucción del país le tomará al Fisco más de 30 mil millones de dólares. Tal vez sea tarde para los cientos de miles de familias que en este preciso momento duermen en tiendas de campaña y observan con preocupación creciente que este 21 de marzo termina el verano y comienza el otoño.
Y, de ahí, el crudo invierno, la lluvia, el viento frío y gélido del sur.
Chile posee una larga historia de terremotos. En 1960, Valdivia, una hermosa y colorida ciudad del sur del país fue asolada por el que ha sido hasta ahora el más poderoso terremoto de la historia, con 9,6º grados en la escala de Richter y más de 10 mil muertos. En aquel entonces, y al igual que ahora, un maremoto se cebó las costas de un mar Pacífico que sólo tiene ese nombre a esta altura del planeta. Mi padre, que ha vivido 4 terremotos en sus 85 años de vida, incluyendo el de Valdivia, sufrió este último seísmo a no más de 100 kilómetros del epicentro, en la zona de Chillán, y me contaba a través de una escuálida señal de celular que se cortaba cada 3 minutos que éste había sido el peor de todos los terremotos que él ha sufrido, al punto que en medio del estruendo y sin poder salir de su casa a plena noche levantó las manos al cielo y gritando le imploró a un Dios castigador que parara este horror. Que por favor parara este horror. Y ese Dios Altísimo, que nos tiene a todos en su Voluntad y a Su merced, así lo hizo para mi padre y su familia, nosotros, privilegiados, que tenemos la suerte de vivir en casas antisísmicas o incluso más, tuvimos la suerte de no estar en las zonas costeras cuando vinieron las dos olas gigantes que se llevaron la maravillosa vida de cientos de hombres, mujeres y niños que disfrutaban de los últimos días del verano meridional.
Y a eso que llaman suerte, algunos también le llaman “bendición” y otros “fruto del trabajo individual” y “previsión”. Yo le llamo todas esas cosas y le agrego y complemento con “esfuerzo colectivo” en las acciones que hacen que cada uno de nosotros esté al menos protegido con un seguro si sobrevive o nos sobreviven. Pues a pesar que hay más de 500 muertos y unos 200 desaparecidos, son más de 2 millones los afectados por esta crisis. Por su lado, el gobierno calcula que más de 16 mil familias que vivían en viviendas sociales perdieron el 100% de sus casas. Eso sin incluir a todos los cientos de miles que no vivían en viviendas sociales y que también lo perdieron todo y quedan fuera de los planes estatales de protección. ¿Qué ocurre con esa gente? Una parte importante se verá condenada al empobrecimiento. Representantes de la Industria de Seguros estiman en más de 4000 millones de dólares las indemnizaciones que tendrán que pagar, y para dar una muestra de solidaridad, han flexibilizado las denuncias de daño a fin de que los plazos se alarguen durante el periodo de crisis.
Pero seamos claros, ¿Cuántos de esos 4 mil millones de dólares corresponden realmente a indemnizaciones para las poblaciones menos pudientes y que lo perdieron todo en Iloca, Constitución, Cobquecura, Talca, San Carlos (donde viven mis padres) o mismo en Isla de Maipú donde vivo y que al igual que todas las ciudades, villorrios, pequeños poblados y caletas del sur cuenta con más de 80% de sus poblaciones en riesgo de retornar a la pobreza? Probablemente menos de 2% del total de los pagos de siniestros. El terremoto de Chile ha dejado al descubierto un drama mayor. Que ese mentado desarrollo que tanto se admira en el exterior es sólo un fenómeno urbano, y que beneficia sólo a una pequeña parte de la población. No sólo en tanto cuanto a los beneficios de la distribución de la riqueza, sino al acceso a herramientas de calidad en la protección frente al riesgo, como son los micro-seguros. Sin embargo, los microseguros no están desarrollados en este país. Al final será el Estado quien tendrá que pagar por la reconstrucción dejando en manos de políticos y mandos medios, muchas veces ineficientes, la reconstrucción de una precariedad de la que ellos mismos son mayormente responsables al no prever herramientas que transfieran el riesgo.
Ayer, el diario La Nación de Argentina, en una completa nota sobre el terremoto, refería dos realidades que conviven en Chile: un país aspirante a desarrollado, que es invitado a la OCDE (Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico), alumno aventajado de los principales fondos y organismos multilaterales y paradigma económico, y otro, muy distinto y oculto, el de un país que vive el día a día, subdesarrollo y en la precariedad de verse expuesto a desastres y calamidades escondidas tras una fachada de exitismo y pretensión. Otro medio, The New York Times en su edición de hoy señala que los verdaderos daños del horror de la semana pasada se encuentran “dentro”, aludiendo tanto a la destrucción de las casas tras las fachadas, como a ese Chile profundo que suele no verse ni mencionarse en foros internacionales y que hoy para su desgracia salió a la luz de la peor forma. Un Chile traslapado que no es distinto al resto de Latinoamérica, zonas y poblaciones completas que van quedando rezagadas porque tanto el desarrollo en sus países, como el acceso a bienes de calidad es “central”, con grandes urbes de centros hiperdesarrollados y mega estructuras de cristal que actúan al mismo tiempo como murallas para ocultar la pobreza que se dispara hacia los márgenes, escalando laderas, cerros y bordes cada vez más alejados. Así ocurre en Lima con zonas como Puente Camote, entre Independencia y San Martín de Porres, y así pasa en Santiago de Chile, tal vez sin la espectacularidad desordenada de Lima, pero con índices de violencia, precariedad y hacinamiento superiores, como sucede en las barriadas de Puente Alto y La Pintana.
Lo que ha dejado al descubierto el Mega Terremoto de la pasada semana es que Chile, con más del 4,0% de su PIB correspondiente a Seguros de Vida, tampoco cuenta con una base estructurada de planes de microseguros para la población. Y eso es algo grave, sobre todo porque la misma presidenta Bachellet reconoció que la reconstrucción del país le tomará al Fisco más de 30 mil millones de dólares. Tal vez sea tarde para los cientos de miles de familias que en este preciso momento duermen en tiendas de campaña y observan con preocupación creciente que este 21 de marzo termina el verano y comienza el otoño.
Y, de ahí, el crudo invierno, la lluvia, el viento frío y gélido del sur.
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