miércoles, 30 de marzo de 2011

Dharavi, 2º y 3er día














Están estos carteles con estrellas de cine indio, con tipos abacanados como ASHUTOSH RANA que te observan con esa mirada fija y desafiante, como diciendo “soy el rey de este lugar y me las como a todas”, y siempre con sus bigotes bien cortados y esa luminiscencia de cara lavada con agua de colonia de Duty Free. Y detrás de él, alguna jovencita prototípica de cara redonda y ojos negros penetrantes, enfundada en un sari colorido y vistoso; mirada perdida hacia un horizonte desde dónde todos sabemos ha de venir el tipo abacanado a rescatarla. De alguna forma, es estúpida la mirada de la pobre, tal vez porque es el patrón de belleza y la imagen del amor esperanzado que a todos debe cautivar. Por algo el cine de Bollywood es el más taquillero del mundo, y por algo producen más películas por año.

¿Será así realmente? Mientras caminaba ayer por la zona costera de Bombay, encontré una pareja de enamorados que no parecían tan estúpidos como aquellos del cartel de cine. Creo que ellos, de cierta forma inexplicable, comprenden mejor que nadie que el mar siempre estará como testigo de sus preguntas de enamorados, y no importará si ese mar está contaminado o acarrea hacia sus profundidades las basuras y desperdicios que brotan como la pus de una ciudad indiferente, como es Bombay a ese mar gris, a cuyas playas maravillosas nadie parece darle la más mínima importancia. Salvo ellos:

Luego está la Western Express Highway, que cruza de norte a sur la ciudad, y que después de las 9 de la mañana se vuelve intransitable de motos, buses y automóviles que avanzan centímetro a centímetro ayudados de su claxon y de la pericia de sus conductores. De vez en cuando un accidente, un motorista con la cabeza partida y la camisa y los pantalones raspados y ensangrentados. El de ahora no ha sido grave, pero anualmente hay cientos de atropellos y accidentes fatales. Hace dos días la policía de Bombay en conjunto con el organismo responsable de las morgues lanzó un llamado a todos los posibles parientes o conocidos de alguno de los más de 1600 muertos que yacen en los refrigeradores desde hace más un año. Casi nadie ha intentado, ni siquiera, reconocerlos… “Por favor, aquí están, ya no los podemos tener, ¿puede venir a ver si es su hijo, esposo, padre o abuelito? ¿Será que alguno de estos bultos es el suyo?” Casi nadie va, tal vez porque alguno de sus dioses se hará cargo. Tal vez la vida sea un holocausto, después de todo.


Y Dharavi sea otro mundo. Bulle desde temprano, gente de mil colores, hombres, mujeres, muchos niños que se cuelan entre medio de las calles saturadas de autos y basura. La basura abunda, se desborda. ¿Qué a nadie le importa la basura? Lo que no se ve, sin embargo, son tipos abacanados como Ashutosh Rana, sino gente normal, seria y concentrada que se mueve a algún lugar. Una mujer envuelta en un shador negro que lleva a sus dos crías al colegio por la mitad de la calle esquivando taxis, motos y camiones que bien podría pasarles por encima y mandarlos al Jennah. La fuerza de un camión que la pasa rozando le arranca el trozo de género que usa como hiyab, pero a ella no le importa y sigue avanzando. Un viejo a pie pelado camina por el agua estancada sin temor a infectars. Unos niños de 7 años igualmente a pie pelado que seguramente le están haciendo algún mandado a alguien… o van a la escuela pública, a un costado del sitio baldío y del único resfalín de Dharavi. Un grupo de muchachos que juega cricket entre el polvo, como juegan futbol los mosalvetes en los tierrales de Latinoamérica, pero éstos entre la basura, seguramente imaginándose superestrellas en la semifinal del Campeonato Mundial que ocurrirá hoy entre los archienemigos India y Paskistán. Unos pequeñines desnudos que se entretienen balanceándose en el barco pirata que está al costado...




No veo dónde podríamos vivir aquí si llegamos a trabajar. ¿Quién querrá venirse a vivir aquí? A ratos el olor a podrido, a mierda y a bichos muertos te llega como un manotazo en la cara; y seguramente en esos edificios o bien en esas casuchas amontonadas y sin alcantarilla debe rezumar también un encierro que ni siquiera en Heliópolis alcanzamos a pispar. "Ahí sí que la cosa es seria", me escribió hace poco un amigo de Connecticut.

Las enfermedades extraterrestres abundan. Han venido invasores interplanetarios y les han inoculado un extraño virus alienígena a esta gente para estudiarlos en sus mutaciones. ¿No era que la Lepra ya se había erradicado? En esta calle hay una hilera de enfermos de Lepra que se han sentado con sus jarritos de aluminio a esperar de la caridad pública una dádiva o algún desperdicio. Aquel sin dedos en las manos, aquella otra sin dedos en los pies e incluso ya sin pies ni nariz. La mayoría viejos, pero veo también algunas mujeres jóvenes que improvisan una pequeña tienda entre dos motos estacionadas para cubrirse del sol, pierna estirada sin pie, lindo rostro de mujer y no mayor a 35 años… hablo con ella pero a penas entiende el inglés y me dice que no puede caminar. “Yo sé que sí, sé que está ahí actuando para recibir dinero”- me dice mi acompañante, un indio de 35 años que me traduce y me refuerza la idea de que no tenga piedad, que todo es un show... “porque todos ellos ya están curados”. Pero las heridas de aquella otra vieja son reales, incluso sangran, le digo. La lepra no es chiste, pienso, cómo vas a trabajar si a penas te sostienes en pie y si me tocas me contagio. Ella se rie, no tiene dientes y pasa su lengua como un perro por la carne abierta.

Todo en Mumbay es esa mixtura profunda. Me pregunto dónde viven los ricos o si los ricos viven realmente aquí, porque hasta los barrios más pudientes o aquellos pintorescos de la época inglesa están rodeados de edificios despintados, ventanas abiertas como un buraco café-obscuro que parece no albergar a nadie.

La gente es linda, amable, acogedora, pero parecen explicar todo según el estado de que las cosas poseen un cierto orden imposible de cambiar. Aun así Dharavi bulle, está lleno de comercio, Feet Street es una versión a escala de Estrada das Lágrimas en Sao Paulo, e incluso, pienso con seriedad, si acaso no estará ocurriendo que he llegado a Dharavi justo segundos después del Big Bang. En tan sólo unos cuantos trillones de años luz más, es decir, en un abrir y cerrar de ojos del universo de la pobreza, esto se volverá como el Nodo de Portela en Madureira, Rio de Janeiro. Tal vez no debiéramos ver a este Nodo con los ojos del sociólogo, sino con los del arqueólogo: estamos ante la etapa larvaria de un proceso que llevará todo esto a un sistema de constelaciones comerciales de no-lugares y formalidad. Sólo hay que esperar…

Pero no tengo claro cuanto, claro que no. Aunque por el tamaño de los cientos, miles, millones, billones de pequeños negocios, tiendas y locales de comida, farmacias, repuestos para celulares, peluquerías, tiendas de juegos electrónicos, cocinerías, tiendas de venta de cuero curtido, ropa de cuero, ropa de algodón, sastrerías, reciclado plástico, snacks, fruterías, carnicerías, inmoviliarias y otro tanto infinito universo de soles y lunas, está claro que es mucha la población que los mantiene activos y dinámicos. Probablemente ahí dentro viva algún tipo abacanado como Rana, pero tampoco es seguro. Nada es seguro en realidad. Incluso hasta la belleza física aquí puede ser producto de enfermedades y trabajo esclavo. Muchas mujeres son delgadas (no hay nadie gordo en Dharavi), especialmente las hindúes, que van para acá y para allá acarreando cestas con tierra para fabricar ese barro rojizo con los pies y luego formar los cuencos, platos e incluso ollas de cerámica que luego se venden en la calle a 90 rupias (2 dólares).

No; sin tipos abacanados el horizonte. Sólo en el planeta cine aquí cerca, porque cines hay por todos lados. Pero en la realidad, a diferencia del efecto de las mafias de traficantes de droga en Río de Janeiro que conocimos el año pasado, aquí o la gente se mata por culpa del tránsito, o muere de tuberculosis o alguna inmunodeficiencia inoculada por los alienígenas.


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