El camino entre Nueva Delhi y Rishikesh, región montañosa de los Himalayas, ubicada a un costado del Rio Ganges, es tan caótico como peligroso. Nadie respeta las señales del tránsito aquí en Uttar Pradesh y probablemente en ningún lugar de Indiasea más polvoriento y haya enormes trechos en que uno conduzca a ciegas, y es usual que camiones de enormes dimensiones pero de escasa estructura, se abalancen sobre cualquier vehículo con ánimo de adelantarlo. "Todos quieren llegar primero", me dice mi compañero de viaje, aun a costa de sus propias vidas. Debo haberme salido del camino unas cuatro veces por esquivar vehículos y camiones que se venían en sentido contrario adelantando, dos de las cuales estuvimos a punto de caernos a grietas profundas o atropellar caminantes que van por los bordes sin ningún cuidado o previsión. Pareciera que a nadie le importa demasiado. Tampoco si el medio de transporte es seguro o marcha a 5 kilómetros por hora. Con tal que te lleve a alguna parte, todo bien. Por eso es común ver camiones repletos de personas amontonadas de pie o en posición de loto, carretas movidas por búfalos o pequeñas combis saturadas de gentes apiñadas como en latas de sardina. De hecho la mayoría del transporte público se realiza en ese tipo de buses, sin aire acondicionado y dónde todos se ubican unos encima de otros en un viaje que puede durar horas interminables. En nuestro caso, debido al mal estado de la ruta y a la cantidad de población que puede cruzarse en tu camino, el viaje de 200 kilómetros que comenzamos a las 10 de la mañana, terminó a las 10 de la noche, en la zona oriente del Ganges.
Mi compañero de ruta y yo buscando un ashram dónde quedarnos a meditar, finalmente cruzamos el rio y nos internamos en la montaña llegando de noche a un monasterio atiborrado de peregrinos, vacas, gringos y santones, incluso despiertos y activos a esa hora de la noche. Aunque era la final del campeonato mundial de Cricket entre India y Sri Lanka, a nadie le importaba mucho perderse el evento, salvo a un grupo de locales reunidos en torno a un televisor en plena calle que gritaba y saltaba cada vez que había una carrera que restara puntos al equipo contrario.
En 1968 los Beatles llegaron al ashram de Mahareshi Mahesh Yogi en Rishikesh y compusieron casi la totalidad de los temas de su extraordinario Album Blanco, incluyendo John Lennon "The happy Rishikesh song", que se volvería un himno de los buscadores occidentales en esta zona, plagada de cobras, monos y hippies que se mezclan con mendigos y verdaderos maestros yogis que viven en la pobreza absoluta, algunos en cuevas, meditando sin comer nada día y noche.
Al otro día nos levantaríamos temprano para bañarnos en el gélido e impoluto (a esa altura) Ganges y partir en nuestra peregrinación montañas arriba, otros 100 kilómetros en busca del templo donde el mito señala que Shiva, luego de beber un poderoso veneno se sentó a meditar. Ese día llegaríamos al templo erigido en las montañas. Exactamente el lugar de la meditación de Shiva, es una habitación oscura por el hollín de las cenizas y el incienso permanentemente alimentado por monjes, en torno a una red de flechas y tridentes tiznados. En la entrada hay puesto un símbolo más antiguo que la civilización misma y que en occidente tomaron musulmanes y judíos y que es conocida como la estrella de David, pero que en este caso lleva inserta una swástica con el sentido hacia la derecha, no en el que los nazis tomaron para fundamentar su esoterismo. La swástica representa el girar eterno del universo, con sus cuatro aspas que arman un centro centrífugo hacia el punto infinito que representa la Unidad de Dios y todo lo Creado.
Una nota aparte el hotel en el que nos quedamos: esa noche, luego de hacer la guardia en otro hotel en que se liberaría un pequeño apartamento y que luego de dos horas nos dicen que no hay posibilidad, llegamos al famoso Palace of Barham Hotel, para alojarnos por 800 rupias la noche en unas camas sospechosas, con sabanas usadas seguramente por cuanto turista europeo traspirado pasó por ahí y jamás pasadas por agua. La gente es amable y cariñosa, aunque descuidada. Uno de los dependientes nos golpea la puerta para traernos una toalla y jabón: la toalla está usada, sucia; seguramente se la han venido pasando entre los cuartos y nosotros estamos al final. Hay también un pequeño jabón Lux que han cortado por la mitad, quizá para ahorrar unas cuantas rupias a nuestra costa...
Igual dormí como nunca en mi vida.
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